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I+D en Europa y Estados Unidos. ¿Tiempo de colaboración?

(Tiempo estimado: 4 - 8 minutos)

Puede la actual recesión mundial estimular la colaboración trasatlántica? Si se sienta y compara los paquetes de estímulo que el gobierno de Estados Unidos y la Unión Europea están promoviendo, no podrá dejar de advertir que tienen mucho en común.

En Estados Unidos, las etiquetas son “automovilístico”, “fabricación, “infraestructura” y “energía”. En la Unión Europea lo llamamos “coches verdes”, “fábricas del futuro” y “edificios energéticamente eficientes”.

Como parte de estos paquetes, se están invirtiendo miles de millones de dólares y euros en investigación y desarrollo para ayudar a conseguir los objetivos perseguidos, pero casi nada en la coordinación de los esfuerzos realizados. Tal coordinación podría, en el mejor de los casos, llevar al logro de grandes sinergias e innovadores y trascendentales resultados, y, en el peor, evitar la duplicación del trabajo. Lo mismo puede decirse de los presupuestos anuales tanto de Estados Unidos como de la Unión Europea, los cuales representan entre el 2% y el 3% del PIB y casi nunca han sido compartidos en proyectos similares. A algunos, ésta no les parecerá la mejor manera de gastar el dinero de los contribuyentes, mientras que para otros se podría estar perdiendo una oportunidad. Entonces, ¿por qué no estamos colaborando?

Recientemente se intentó contestar a esta pregunta durante un debate en una mesa redonda celebrada en el centro de investigación corporativo europeo de Xerox, en Francia. Como una gran organización con centros de I+D en todo el mundo, Xerox, al igual que muchas compañías, despliega su estrategia en línea con la de las instituciones públicas que gobiernan en los diferentes países y áreas geográficas donde opera, y es testigo habitual de la falta de coordinación en la financiación de los proyectos. Participando en el debate había representantes de organizaciones de investigación de la industria de Estados Unidos y Europa, de la estrategia I+D de la Comisión Europea, de la I+D pública francesa, y de la Cámara de Comercio Americana.

Desde sus particulares puntos de vista, los participantes intentaron analizar los motivos del fracaso en intentos de coordinación en el pasado, especialmente en la década de los 90, cuando tanto la UE como National Science Foundation asignaron fondos para proyectos de I+D conjuntos.

El principal problema en la gestión de estos proyectos fue que los financiadores tenían diferentes estándares de evaluación y todos ellos querían conseguir sus propios objetivos. Esto impidió cualquier clase de colaboración real que evitara entrar en difíciles cuestiones de propiedad intelectual. Muchos de los proyectos sencillamente no llegaron ni siquiera a ver la luz, mientras que los resultados de los que sí salieron adelante resultaron tan decepcionantes para los investigadores y para las agencias de financiación que todas las partes se sintieron desanimadas ante la idea de repetir la experiencia.

Un tiempo de oportunidad

Entonces, ¿cuál es la diferencia entre aquella situación y el contexto actual que podría dar un nuevo impulso a este tipo de colaboración?

El mundo ha cambiado bastante desde aquellos tiempos. Incluso antes de la actual crisis, el concepto de “innovación abierta” ha ido extendiéndose más y más. Hoy en día, es una práctica bastante común entre las industrias privadas licenciar tecnología y propiedad intelectual cuando existe la necesidad, o incluso asociarse con alguna otra empresa para compartir el riesgo de realizar fuertes inversiones en investigación. Los días de hacerlo en solitario han quedado lejos, dado que el tiempo de puesta en el mercado se ha ido reduciendo progresivamente y el número de competidores ha aumentado de forma considerable.

El cambio genera oportunidades y precisamente ahora se han producido dos significativos en los lugares más indicados. La competitividad y la I+D están siendo sometidas a un replanteamiento en Estados Unidos, un ejercicio que no se había realizado desde hace muchos años. Esto, unido a la renovación de la Comisión Europea y el Parlamento Europeo, genera una enorme oportunidad que debe ser aprovechada antes de que volvamos a atrincherarnos de nuevo en nuestras propias perspectivas.

Después está, por supuesto, la crisis económica mundial, la primera de este tipo extendida a tan gran escala. Incluso los países en desarrollo -incluidos los países BRIC (Brasil, Rusia, India y China)-, que hasta ahora estaban mostrando niveles de crecimiento desconocidos para los economistas, han resultado duramente golpeados por ella. En períodos de fuertes rendimientos, uno tiende a protegerse tanto de lo fuerte como de lo débil. Lo que estamos experimentando en este momento ha provocado que tanto gobiernos como instituciones a nivel mundial se pongan a reflexionar. Se han abierto múltiples debates y es un momento oportuno para explorar lo que se podría conseguir uniendo las capacidades científicas y técnicas del mundo desarrollado en beneficio del bien global. En Estados Unidos y Europa la recesión puede haber aclarado la necesidad de investigación e innovación en las industrias tradicionales, como las de fabricación, sanidad y transporte, pero estos mismos problemas son precisamente los que también necesitan desesperadamente resolver los países emergentes.

El reto

Por tanto, si el sentido común nos dice que merece la pena intentar algo, ¿qué clase de consejos podríamos dar a los responsables de la toma de decisiones para animarles a incluirlo en sus agendas de relaciones internacionales? 

Como punto de partida, lo siguiente podría ayudar:

  • Identificar lo que tenemos en común. Considerando que casi dos terceras partes de las inversiones estadounidenses en I+D fuera de Estados Unidos tienen como destino Europa y viceversa, resulta inevitable concluir que, definitivamente, existen algunos considerables intereses comunes.
  • Identificar las diferencias. Dos ejemplos de ello son la financiación y la educación. En las naciones miembro de la UE la financiación estatal para I+D supera entre un 15% y un 20% a la de Estados Unidos, pero se dedican muchos menos recursos a defensa. 

Por lo que a formación se refiere, los investigadores en Estados Unidos tienden a disponer de un abanico más amplio de habilidades y de una mayor perspicacia de negocio, mientras que Europa sobresale en áreas científicas específicas, como las matemáticas y la ingeniería de sistemas.

No conviene replicar en un lugar lo que ha funcionado en el otro sin conocer a fondo el contexto. Por ejemplo, las empresas de pequeño y mediano tamaño crecen a un ritmo mucho mayor en Estados Unidos, un ritmo que es difícil de igualar en Europa. Allí el mercado nacional es mucho mayor que el de cualquier país europeo particular. También resulta más sencillo y barato para ellos hacerse internacionales, dado que el inglés continúa siendo el lenguaje de negocios más extendido en el mundo.

  • Si es probable que algo funcione, hacerlo más sistémico. Un claro ejemplo es que la Unión Europea está creando los denominados “grupos competitivos” que han dado buen resultado en Francia. Estos grupos reúnen a cientos de organizaciones de investigación, tanto públicas como privadas, en áreas geográficas específicas donde existe una alta concentración de las habilidades necesarias.
  • Fomentar un comportamiento natural. Puede que no todos hablemos el mismo idioma, pero hasta los más fieros competidores estarán dispuestos a unirse y encontrar una solución si la situación es lo suficientemente difícil. Tomemos el ejemplo en Europa de la plataforma de tecnología para inteligencia y sistemas embebidos ARTEMIS. Los socios implicados en el proyecto necesitaban la plataforma en su totalidad, pero no podían costear su desarrollo sin la ayuda de los demás. En este proyecto cada uno desarrolló la parte de la plataforma más directamente ligada a su negocio.
  • Diversificar. Conseguir retornos mayores mediante la aplicación del conocimiento y la experiencia ya existente en áreas completamente diferentes. Un ejemplo clásico de esto sería la aplicación a los hornos de microondas de los magnetrones inventados inicialmente para los radares de defensa. Otro más actual es el uso del conocimiento en la manipulación de partículas de tóner para el filtrado de agua sucia.

Finalmente, convendría poner en marcha un par de proyectos de alto perfil e impacto que tengan buenas oportunidades de éxito. Los modelos a imitar resultan motivadores en este sentido. No olvidemos que la UE ha trabajado duro en aprender y enseñar a estados miembro muy diversos entre sí cómo trabajar juntos. El Tratado de Lisboa, firmado por 27 estados, es un brillante ejemplo. Este conocimiento tendrá un valor inestimable para ayudar a ambas partes a avanzar.

Pero, sobre todo, necesitaremos líderes muy fuertes, capaces de acometer incluso más reformas de las que ya se han realizado, y de hacerlo, además, con rapidez. Es necesario empezar ya a definir exactamente cómo abordar la tarea.

Una vez conseguido esto, afortunadamente el argumento resulta bastante convincente. El crecimiento económico estará basado en la tecnología y la innovación y no estamos pidiendo al contribuyente que pague más. Simplemente, estaremos intentando gastar con mayor sabiduría aquello de lo que disponemos, un objetivo presente hoy en la mente de la mayoría y que no resulta probable que deje de estarlo al menos en algún tiempo.


Paloma Beamonte

Directora general de Xerox España

Artículo de opinión publicado por Executive Excellence nº70 may10


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