Tan bueno que no puedan ignorarte
La mayor parte de los jóvenes universitarios que se gradúan estos días en las universidades españolas han visto en youtube el vídeo en el que Steve Jobs se dirige a una promoción de estudiantes de Stanford, en junio de 2005, y les anima a seguir sus sueños. Es difícil no vibrar con su discurso: “Tenéis que ser capaces de encontrar aquello que amáis. El único camino para realizar un gran trabajo es amar lo que haces. Si todavía no has encontrado lo que amas, sigue buscando y no abandones”, les decía el fundador de Apple.
El vídeo ha recibido millones de visitas y se ha convertido en referente de una teoría omnipresente en nuestros días en el mundo universitario y en el laboral. Es la teoría de la pasión, según la cual la clave para lograr ser feliz en el trabajo, esto es, para lograr un trabajo que te llene plenamente, es indagar primero en qué es lo que te hace feliz, qué te gusta, cuál es tu pasión, y luego tratar de encontrar una ocupación que encaje con esta pasión.
Me confieso seguidora de esta corriente hasta que hace un par de años me topé con un artículo en The New York Times cuyo autor, David Brooks, sostenía exactamente lo contrario (1). Si nos fijamos en los discursos que dirigimos a los recién graduados, señalaba Brooks, nos daremos cuenta de que todos vienen a insistir en lo mismo: sigue tu pasión, dibuja tu carta de navegación, encuentra el fondo de tu propio yo, sigue tus sueños, encuéntrate a ti mismo… Es decir, toda una letanía del individualismo que domina la cultura norteamericana –y, en buena medida, también la europea– y que, según Brooks, poco tiene que ver con la realidad. La mayor parte de las personas que triunfan no indagan primero en su interior y luego planifican su vida, sino que primero miran hacia fuera, encuentran un problema, y dedican sus esfuerzos a resolverlo. De hecho, si Steve Jobs hubiera seguido solamente su pasión, habría terminado de profesor en un centro de Zen.
Este último ejemplo lo da otro autor norteamericano, Cal Newport, que desde una perspectiva algo diferente a la de Brooks aunque con un planteamiento de fondo idéntico, publicó el pasado año un libro cuyo título, traducido al español, sería algo así como: “Tan bueno que no puedan ignorarte” (2). La frase es del cómico Steve Martin, que respondía de esta manera, en una larga entrevista, a la pregunta de cómo había conseguido triunfar en el cine. “Nadie se toma en serio mi consejo –explicaba el actor—porque no es la respuesta que desean oír. Lo que esperan oír es: búscate un agente, trabaja así los guiones, etc. Pero lo que yo siempre digo es: Hazlo tan bien que no puedan ignorarte”.
A partir de esta frase, Newport construye toda una teoría sobre qué es lo que realmente marca la diferencia entre unas y otras personas a la hora de lograr triunfar en sus profesiones. Un triunfo que no es medido en éxitos externos, sino en satisfacción personal, en satisfacción y sensación de plenitud. La tesis es muy sencilla: la pasión llega después de que has trabajado duro para ser excelente en algo que es de valor, no antes. En otras palabras: “lo que haces para ganarte la vida es mucho menos importante que cómo lo haces”.
Newport es un joven profesor de informática en la Georgetown University. Obtuvo su doctorado en el prestigioso MIT y este es su cuarto libro. Hay que cambiar de chip, viene a decir a todos aquellos que se enfrentan a decisiones sobre carrera profesional. Ya no se trata de encontrar tu pasión y a partir de ahí ser útil a los demás, sino al revés: plantéate primero cómo ser útil y, con casi total probabilidad, encontrarás tu pasión, es decir, te gustará tu trabajo, te sentirás realizado y pleno. Habrás encontrado tu vocación profesional.
La hipótesis de la pasión no solo es parcialmente falsa, dice Newport, sino también peligrosa porque termina convenciéndonos de que hay una especie de trabajo mágico esperándonos en algún sitio y de que, si somos capaces de encontrarlo, sabremos que ese es el trabajo al que estábamos destinados. El principal problema es que, cuando te concentras demasiado en lo que el trabajo te ofrece a ti, te vuelves hiperconsciente de lo que no te gusta, lo que te lleva a una infelicidad crónica porque siempre habrá algo que no te satisfaga plenamente en el trabajo que realizas. Esto es especialmente cierto en el caso de los primeros trabajos, los que esperan a los estudiantes que salen de las universidades, trabajos que, por definición, no suelen ofrecer grandes retos ni mucha autonomía. Además, las preguntas centrales de la actitud pasional –¿quién soy yo?, ¿qué es lo que de verdad me gusta?– son esencialmente imposibles de contestar de manera categórica. Quien adopta este enfoque como el eje de su toma de decisiones sobre su propia trayectoria profesional tiene todas las cartas para sentirse permanentemente infeliz y confuso.
¿Qué tienen en común los trabajos que hacen sentirse felices a las personas que los realizan? Una de las teorías más fundamentadas sobre la motivación señala que los elementos más importantes para la motivación en el trabajo son tres:
- Autonomía, es decir, sentir que tienes control sobre lo que haces y que lo que haces es importante.
- Competencia, es decir, la sensación de que eres bueno en lo que haces.
- Relación, es decir, sentir que estás conectado con otras personas.
Pues bien, apoyándose en datos de investigaciones sobre psicología social y laboral, Newport indica que la probabilidad de que alguien se sienta vocacionalmente vinculado con el trabajo que realiza depende mucho más del tiempo que haya pasado realizando ese trabajo y del esfuerzo por hacerlo mejor, que de la inspiración inicial que le impulsó originalmente al mismo. Es decir, la pasión, el amor y gusto por el trabajo que uno desempeña son un efecto colateral de la maestría, de la calidad en la ejecución del mismo. Y para ser excelente, un maestro en el trabajo que uno realiza, hace falta tiempo. Tiempo invertido en mejorar nuestros talentos, en pulir nuestras habilidades, en desarrollar al máximo nuestras competencias. Es la actitud del artista, del maestro artesano, frente a la actitud pasional del arrebato y de los talentos naturales como único aval de la plenitud profesional.
¿Cómo se consigue llegar a ser un artista, alguien excelente en su trabajo, alguien que ha sido capaz de desarrollar al máximo su potencial? Fundamentalmente, se trata de poner el acento en estos tres elementos:
•En primer lugar, como ya se ha indicado, para llegar a ser muy bueno en algo hay que trabajar mucho, invertir tiempo en mejorar cómo hacemos las cosas, en pulir nuestra oferta de valor. ¿Cuánto tiempo? La experiencia y la ciencia demuestran que bastante. No se llega a ser bueno en algo por azar ni en dos patadas. Los expertos en desarrollo profesional aseguran que hace falta un mínimo de 10.000 horas de trabajo para llegar a convertirse en un maestro en algo. Y no vale cualquier forma de realizar el trabajo: hay que tratar de hacerlo buscando el perfeccionamiento continuo, la mejora permanente. Esta regla de las 10.000 horas es llamada también la regla de los 10 años. Si aspiramos a la excelencia, tenemos que tener claro que el camino es largo. Pero también debemos tener claro que si enfocamos nuestra vida profesional teniendo como base el objetivo de ser cada vez mejores en lo que hacemos, lograremos el objetivo final de sentirnos realizados de acuerdo con una vocación que habremos ido descubriendo como si fuera la imagen escondida en la piedra que el escultor encuentra al tallarla.
•En segundo lugar, también hay que tener claros qué esfuerzos de mejora son más eficaces. ¿En qué tipo de esfuerzo debemos concentrarnos para mejorar? En 2005, un psicólogo de la Universidad Estatal de Florida llamado Neil Charness, publicó los resultados de una investigación que había dirigido durante varios años, sobre los hábitos de práctica de los jugadores de ajedrez. En los años 90, cuando él inició la investigación, existía un cierto debate en el mundo del ajedrez sobre qué estrategias eran más eficaces para mejorar en el juego, para ser mejores jugadores. Y aquí se enfrentaban dos posiciones: por un lado, la de quienes defendían que participar en torneos era el mejor camino para mejorar, ya que los jugadores se acostumbraban a la presión del tiempo y aprendían a aislarse de las circunstancias medioambientales; y, por otro, la de quienes sostenían que la mejor manera de progresar en el juego era concentrarse en el estudio serio del mismo, esto es, leer, estudiar y apoyarse en profesores, para identificar y eliminar los puntos débiles.
El estudio de Charness se hizo sobre un total de 400 jugadores de ajedrez de todo el mundo. Al preguntarles cuál de los dos modelos de aprendizaje de mejora les parecía más efectivo, la mayoría eligió el primero, esto es, la participación en torneos. Pero se equivocaron. Como demostró Charness, las horas empleadas en estudiar de manera seria el juego se revelaron más efectivas que cualquier otro factor. Los investigadores descubrieron que los jugadores que llegaron a ser grandes maestros del ajedrez dedicaron cinco veces más horas al estudio –de las estrategias de otros jugadores, de sus propias limitaciones, etc. – que aquellos que solamente alcanzaron el nivel intermedio como jugadores. De hecho, los grandes maestros dedicaron al estudio, de media, cerca de 5.000 de las 10.000 horas que se supone que hacen falta para llegar a convertirse en verdaderos expertos.
•En tercer lugar, resulta fundamental ser capaces de aplicar el esfuerzo y el deseo de mejora a la realización de algo que tenga valor, que sea útil, que sea apreciado por los demás, hasta el punto de que lo que tú ofreces se encuentre con la necesidad que alguien tenga de eso que tú ofreces. ¿Qué tipo de talentos debo desarrollar para poder aprovechar las oportunidades, cuando se presenten? El principal consejo de Newport, basado también en la observación de multitud de ejemplos de personas que declaran sentirse realizadas en su trabajo, es el siguiente: apóyate en cada paso –por ejemplo, los estudios que has realizado, los trabajos previos, cada paso que has dado en una dirección– para ir construyendo tu propio capital profesional. Es decir, capitaliza lo que haces, lo que eres y lo que tienes, y proyéctalo hacia el futuro. Sé enfocado. Así lograrás construir algo de valor que poder ofrecer a quien lo demande.
Me parece que son mensajes valiosos para los estudiantes de nuestras universidades que se han graduado recientemente y que salen al mercado laboral con miedo ante lo que les espera y, sobre todo, con miedo a generar sueños sobre sí mismos y su futuro. En este entorno de incertidumbre y miedo, me parece vital ayudarles a descubrir que el mayor sueño al que pueden aspirar es el de su propia excelencia: que sean tan buenos que nadie pueda ignorarles.