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El pensamiento unidimensional y la ilusión de las alternativas

(Tiempo estimado: 2 - 4 minutos)

Una persona a quien he ayudado en innumerables ocasiones, y con la que a menudo he tenido problemas, me llamaba frecuentemente por teléfono y, cuando no le contestaba al momento, me preguntaba después: “¿Por qué nunca quieres contestar a mis llamadas?”.

Daba por hecho que yo no quería contestar y a partir de ahí sacaba sus conclusiones subjetivas, dentro de su esquema de pensamiento cerrado. No me daba opción a ninguna respuesta airosa para mí. 

Otras veces, me pedía que le ayudara a elegir entre dos alternativas que se le planteaban y, cuando yo le sugería una, replicaba con una tercera que antes no había mencionado y me dejaba perplejo con esta tercera opción, mucho mejor, que él tenía bien oculta y guardada para sí. En una ocasión le comenté que, con mucha frecuencia, me preguntaba por opciones incompletas, así por las buenas, y, cuando le contestaba, me respondía que eso no valía en la situación dada, porque había otras mejores.

Por ello, le dije que siempre que me preguntaba estas cosas, conseguía hacerme sentir mal o incompetente, lo que en el fondo era su intención. Me respondió que la mitad de las veces que hablábamos terminaba perdiendo la paciencia conmigo, lo cual, dadas las circunstancias, no era sorprendente. Es como el chiste en el que el mayor le pregunta al niño: “Nene, ¿por qué pones siempre esa cara tan fea?”. Y el niño le contesta: “No ponga la cara fea, es que soy así”.

Las preguntas cerradas o sin contexto son propias de mentes autoritarias y vienen encubiertas con una trampa que, en términos psicológicos o simplemente lógicos, se denomina la Ilusión de las Alternativas.

Estas frases equivalen, en la vida cotidiana, a la anécdota del juez preguntando al acusado: “¿Ha dejado usted de maltratar a su mujer? Conteste sí o no”. O al eslogan de Hitler en la Alemania nazi: “¿Qué queréis elegir: Nacionalsocialismo o Caos Bolchevique?”. También, a veces, en casa, preguntamos a nuestro hijo pequeño: “¿Quieres bañarte antes o después de la cena?”. O en la granja: “¿Quieres dar de comer primero a las gallinas o a los pavos?”. Estas preguntas generan desasosiego en el interlocutor, que no desea ninguna y se debate en la trampa de las dos alternativas cerradas.

Hace años, en su guerra contra el “eje del mal”, cuando el entonces presidente de EE.UU., George Bush, se preparaba para atacar Irak, repetía el eslogan del 11-S: “Con EE.UU. o contra EE.UU.” (“O con Bush o con Sadam”).

En un contexto más divertido, relajado y humorístico, durante mis clases de pilates, la amable profesora se dirige a nosotros en momentos en que estamos bastante cansados de los ejercicios: “Vamos a ver, chicos y chicas, ¿queréis ahora hacer abdominales o pectorales? Podéis elegir, porque ésta es una clase democrática”. A veces se oye a continuación una lánguida voz que suspira: “Lo que queremos es descansar un poco”.

La ilusión de las alternativas es una especie de espejismo lógico y consiste en presentar una elección entre dos opciones mutuamente excluyentes, como si las dos cubrieran la totalidad de posibilidades, cuando realmente ambas constituyen sólo un extremo de otra pareja de opciones de orden superior (Fig. 1). Por ejemplo, Nacionalsocialismo y Caos Bolchevique se inscriben en la opción de Dictadura, que se opone a Democracia. Análogamente, el juez sólo contempla la opción de maltratar; el padre, la de que el niño se va a bañar o que va a dar de comer a los animales; y por parte de nuestra profesora de pilates, que hay que seguir haciendo ejercicios.

La ilusión de alternativas es una pequeña trampa (a veces malvada) que nos penetra emocionalmente por el hemisferio derecho del cerebro burlando la función crítica y analítica del hemisferio izquierdo.

Alejandro Magno cortó de un solo golpe con su espada el posteriormente famoso nudo gordiano, así llamado porque Gordio, Rey de Frigia, había atado el yugo a la lanza de su carro de combate. En vez de desatarlo con las manos, como antes habían intentado muchos otros, Alejandro no hizo más que plantearse un nivel superior de alternativas: separar como fuera el yugo de la lanza o no separarlo y esto se podría hacer bien tratando inútilmente de desatarlo o cortándolo con la espada, como hizo.

La diferencia entre las dos concepciones del problema puede parecer trivial, pero resulta decisiva para la solución. La solución de un problema depende con mucha frecuencia de la forma en que éste se plantee. De diferentes planteamientos pueden salir diferentes soluciones y estas diferentes soluciones corresponden a dos niveles diferentes de pensamiento: cerrado o abierto a otras opciones.


José Medina, presidente de Odgers Berndtson Iberia

Artículo de opinión publicado en Executive Excellence nº79 mar11


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